El Cosechador salió a cosechar un gran campo que había heredado sin haberlo sembrado ni cuidado.
El campo produjo durante veinte años productos de todo tipo, que su leal “modelador”, el Cajero, vendió a las aldeas vecinas a precios excepcionales, gracias a los buenos vínculos que el anterior dueño mantuvo con aquellos y a las necesidades económicas de los vecinos.
Con esos cuantiosos ingresos, el Cosechador y su Cajero llenaron sus bóvedas de denarios, construyeron silos y mausoleos, compraron elefantes azules, repartieron monedas a familiares y amigos y mantuvieron la aldea feliz y contenta durante muchos años.
Sin embargo, cuando la bonanza empezó a flaquear, aparecieron los problemas. De tanto cosechar a lo bestia, el terreno producía cada año menos, a tal punto que la aldea dejó de exportar, poniendo incluso en riesgo el abastecimiento interno de aceites y vino.
Algunos agricultores expertos (llamados despectivamente “opinadores”) alertaron oportunamente sobre las consecuencias de no abonar la tierra, sugiriendo buscar y adecuar nuevos terrenos productivos, pero no se los tomó en serio porque las cosechas seguían siendo abundantes y los aduladores hacían creer al Cosechador que había “mares” de productos para una siega sin fin.
Hasta que un día, mientras la crisis avanzaba, los aldeanos se alzaron con horcas, rastrillos y “pitas” contra el Cosechador por haber defraudado a su pueblo y ser incapaz de remontar los problemas que había causado. El Cosechador optó por huir a otra aldea “pueblerina”, amenazando con volver a adueñarse de los campos abandonados.
El Cajero, a su vez, aprovechando la huida del Cosechador, se adueñó de los campos, en nombre y por mandato de su jefe, y se posesionó como nuevo administrador, sin medir el estado calamitoso de los terrenos y las cada vez más reducidas cosechas.
Fiel a su ideología, el Cajero salió a sembrar con sus propios familiares y amigos. Sin embargo, la semilla era poca y de mala calidad: una parte cayó en un pozo seco, otra en un terreno pedregoso, otra en un bosque cuyos habitantes no permitieron talar árboles centenarios en pro de una siembra dudosa. Una pequeña parte cayó en terrenos vírgenes, alejados pero prometedores; sin embargo, los plantines necesitaban tiempo, esfuerzo y dedicación para que un día diesen fruto. Y tiempo era lo que menos tenía el Cajero, urgido de mostrar resultados a sus aldeanos: su administración tenía una fecha de vencimiento inexorable.
Para abastecer de aceites y vino, escasos como nunca, el Cajero endeudó su aldea hasta el cuello, lo que no impidió que sus familiares se volvieran prodigiosamente ricos.
Ahora que la aldea está eligiendo un administrador de otro clan, más avezado en la siembra que en la siega, el eterno Cajero, sin una pizca de arrepentimiento o autocrítica por el desastre que deja, anuncia a los cuatro vientos que aquella escasa, tardía y dudosa siembra dará grandes cosechas en un futuro lejano.
¿Qué hará el nuevo administrador? ¿Se tragará el cuento del Cajero?
Las deudas son ingentes y las arcas están vacías, la tierra es cada vez más árida y los trabajadores y capataces han sido contratados no siempre por méritos propios. Ha habido robos y saqueos. Sin contar que el Cosechador sigue reclamando, por las buenas o por las balas, su derecho sobre la aldea, mientras sigue prófugo de la justicia por múltiples delitos que se le imputan.
Para empezar, el nuevo administrador deberá asumir que queda poco por cosechar: su tarea será la del Sembrador que remueve la tierra, siembra semilla buena y, gracias a su esfuerzo, la fecundidad de la tierra y las lluvias y el sol -dones “de arriba”- confía en que volverá a tener nuevas, y ojalá renovables, cosechas.
Estimado Francensco, escribes con mucha inspiración. Felicidades por esta parábola del mal Cosechador, síntesis de nuestra realidad.
Interesante analogía , muy bien resumida además!.. pero me temo que el nuevo administrador terminará para anilquilar totalmente la tierra, ya que no tiene ideas nuevas ni salvadoras.. seguirá con el mismo modelo destructivo de su antecesor..
Gracias Francesco, una narración al mejor estilo de las parábolas de Jesús evidenciadas en la biblia, ojalá los habitantes aldeanos/originarios y no originarios podamos entender el mensaje, esta vez ni la bandera originaria nos va salvar de la crisis actual..
Tener en las manos la administracion de un gobierno, es para gente responsable y conocedora de lo que eso significa, lastimosamente el poder enceguese y envilece llevando al desastre como lo que está ocurriendo en nuestro país.
Sólo pedirle a Dios que en su infinito amor perdone nuestras caídas, infidelidades y permita elegir una persona conocedora de lo que necesita el país y poder seguir para su Gloria.
Evo Morales es el líder del País FALLIDO
Inteligenti pauca. Excelente, gracias
Francesco gracias por recordar esta parábola tan importante a esta la triste realidad, en la que dejó el mas en todas sus formas, a nuestro bello país.
Dios salve a Bolivia!